El último suspiro del águila

Todo era caos después de la batalla. El cansancio no había vencido a Xipactli, un joven guerrero, el cual se arrodilló con la mirada fija en el horizonte, donde los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl vigilaban silenciosos.

Sentía el latido de su corazón, fuerte y decidido, como un tambor de guerra. Alzó la vista hacia el sumo sacerdote, cuyo rostro estaba cubierto con una máscara de jade. A su alrededor, el murmullo de la multitud era apenas un susurro distante; solo importaba el momento que se acercaba.

—Hoy, Águila Valiente, ofrendas tu vida para honrar a Huitzilopochtli —dijo el sacerdote con voz grave—. Con tu sangre se renovará la fuerza del sol. Gracias a ti, la oscuridad no devorará el cielo.

Xipactli asintió, apretando los dientes para no temblar. Había luchado muchas batallas, cazado enemigos y traído ofrendas al imperio, pero su mayor honor sería este: alimentar al dios que protegía a su pueblo. Se recostó, y sintió el frío de la piedra del sacrificio contra su espalda.

El cuchillo de obsidiana descendió con precisión. El dolor fue agudo, intenso… pero efímero. Cuando el sacerdote alzó el corazón aún palpitante, Xipactli no sintió miedo, ni vacío. Solo un extraño alivio al ver cómo el sol destellaba con un brillo más cálido, como si su sacrificio hubiese sido aceptado.

Y en ese instante, el guerrero Águila cerró los ojos por última vez, sabiendo que, con cada amanecer, una pequeña parte de él seguiría viviendo en el cielo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *