En la política mexicana, las reformas son como un péndulo: van y vienen, se rechazan y se retoman, se critican y se aplauden. Un ejemplo claro de este vaivén ocurrió entre los gobiernos de Vicente Fox durante su gobierno (2000-2006), retomadas años después por Enrique Peña Nieto (2012-2018) y, finalmente, revertidas por Andrés Manuel López Obrador (2018-2024). Este ciclo refleja las diferencias ideológicas entre los gobiernos.
Vicente Fox llegó al poder en el año 2000 con un mandato claro: romper con el viejo sistema priista y modernizar el país. Entre sus propuestas más ambiciosas estaban reformas energéticas, fiscales y laborales. Sin embargo, Fox se encontró con un Congreso fragmentado y una oposición férrea. Su estilo confrontativo y su falta de habilidad para construir consensos lo llevaron a chocar una y otra vez con los partidos políticos. Las reformas energéticas, por ejemplo, que buscaban abrir Pemex a la inversión privada, fueron rechazadas de plano por la oposición, que las tachó de «privatizadoras». Fox, al final de su mandato, dejó un sabor amargo: el de las promesas incumplidas.
Años después, Enrique Peña Nieto llegó a la presidencia con una estrategia distinta. Aprendió de los errores de Fox y construyó el «Pacto por México», una alianza con los principales partidos políticos para impulsar reformas estructurales. Entre ellas, curiosamente, estaban algunas que Fox había intentado sin éxito. La reforma energética de Peña Nieto, por ejemplo, permitió la participación de capital privado en Pemex, algo que Fox había propuesto años atrás. ¿Qué cambió? No fue tanto el contenido de las reformas, sino el contexto político y la habilidad para negociar. Peña Nieto entendió que en México, más que imponer, hay que convencer.
Bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el péndulo volvió a oscilar. AMLO revirtió varias de las reformas de Peña Nieto, especialmente en el sector energético, con el argumento de recuperar la soberanía nacional y fortalecer a las empresas públicas. Para sus seguidores, esto es una corrección necesaria; para sus detractores, un retroceso que ahuyenta la inversión y frena el crecimiento. Lo cierto es que, una vez más, las reformas se han convertido en un campo de batalla ideológico, donde las posturas extremas dificultan el diálogo y la construcción de acuerdos.
Este contraste entre gobiernos nos deja varias lecciones. La primera es que en política, el contenido de las propuestas es importante, pero lo es más la estrategia para llevarlas a cabo. Fox tenía ideas claras, pero carecía de la capacidad para construir puentes. Peña Nieto, en cambio, supo tejer alianzas y aprovechar el momento político. La segunda lección es que las reformas, por más necesarias que sean, requieren de un contexto favorable. Fox llegó en un momento de transición, con un sistema político aún en ajuste. Peña Nieto, en cambio, llegó cuando el país parecía más dispuesto a aceptar cambios profundos. México necesita reformas, pero no cualquier tipo de reformas: necesita aquellas que surjan del diálogo, que prioricen el bien común sobre los intereses partidistas y que estén respaldadas por una visión de largo plazo.
Pero hay una tercera lección, quizás la más importante: en México, las reformas no son lineales. Lo que un gobierno no logra, otro lo retoma. Lo que hoy se rechaza, mañana puede ser aceptado. Esto no es necesariamente malo, pero nos obliga a reflexionar sobre la importancia de construir consensos duraderos. Las reformas no deben ser banderas de un solo gobierno, sino proyectos de nación.
En este sentido, el péndulo de las reformas entre gobiernos nos invita a pensar en el futuro. ¿Qué reformas que hoy parecen imposibles serán retomadas mañana? ¿Qué lecciones podemos aprender de estos dos gobiernos para no repetir los mismos errores? La política, al final, es un juego de paciencia y persistencia. Y en México, más que en otros lugares, el arte de la negociación es la clave para mover el péndulo en la dirección correcta.
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Microrrelato
Vicente soñó un cambio profundo,
reformas que el Congreso hundió en el lodo.
Años pasaron, llegó Enrique al poder,
pactos firmó y las hizo valer.
«Progreso», dijeron, «es el camino»,
pero otros gritaron: «¡Es desatino!».
Luego vino Andrés Manuel con su ideal,
deshizo lo hecho, volvió atrás el reloj.
«Soberanía», clamó con fervor,
pero muchos vieron un retroceso en su labor.
El pueblo, cansado, miraba el vaivén,
mientras el péndulo oscilaba también.
Un niño preguntó con voz inocente:
«Abuelo, ¿cuándo parará este diente?»
El viejo suspiró, miró al horizonte:
«Cuando entendamos que el cambio es de todos, no del monte».
El niño soñó con un futuro mejor,
donde el péndulo cese su oscilar,
y las reformas, en lugar de dividir,
un país entero logren construir.
Actividades
¿Por qué crees que las reformas propuestas por Vicente Fox fueron rechazadas, mientras que las de Enrique Peña Nieto lograron avanzar? ¿Qué factores políticos, sociales o económicos influyeron en estos resultados?
¿Cómo influyó el momento histórico en el que gobernó Fox (primera alternancia política) en el fracaso de sus reformas? ¿Fue solo falta de habilidad política o también hubo resistencias estructurales?
¿Qué lecciones podemos extraer de los intentos fallidos y exitosos de reformas en el pasado para construir un futuro donde las políticas públicas trasciendan los ciclos políticos y beneficien a las generaciones futuras?