—Debemos ser claros, pero no evidentes —dijo Arthur Zimmermann, ministro de Asuntos Exteriores del Imperio Alemán, mientras observaba el borrador del telegrama en sus manos. Su mirada era fría, calculadora. Al otro lado de la sala, su asistente revisaba los mapas que mostraban la frontera entre México y Estados Unidos.
—¿Y si Carranza se niega? —preguntó uno de los consejeros, nervioso.
Zimmermann apretó los labios, pensando. Sabía que estaban jugando con fuego. Estados Unidos mantenía su neutralidad en la Gran Guerra, pero eso podía cambiar en cualquier momento. La única esperanza alemana era desviar la atención estadounidense hacia su propia frontera sur.
—Debemos ofrecerles algo que no puedan rechazar —insistió Zimmermann, inclinándose sobre el documento—. Texas, Nuevo México y Arizona. Prometeremos devolverles lo que perdieron.
—¿Y si los interceptan? —preguntó su asistente, inseguro.
Zimmermann alzó la vista. Sabía que el telegrama debía ser enviado cifrado a través del sistema de cables diplomáticos alemanes, que se cruzaban por territorio neutral en Suecia y pasaban por Londres antes de llegar a México. El riesgo era grande, pero las recompensas eran mayores.
—Los británicos pueden interceptarlo, sí —reconoció—. Pero lo importante es enviar el mensaje y abrir la posibilidad. Si México acepta, Estados Unidos tendrá las manos llenas. No podrán intervenir en Europa.
El texto final era breve y directo: Alemania ofrecería ayuda militar y financiera a México si el país decidía aliarse en caso de que Estados Unidos entrara en la guerra. La propuesta prometía recuperar los territorios que México había perdido en 1848
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Un día después, el telegrama fue transmitido desde Berlín, viajando por los cables submarinos que cruzaban el Atlántico. En Londres, sin embargo, agentes del servicio de inteligencia británico, conocidos como la «Sala 40», interceptaron el mensaje. Los ojos del criptógrafo Nigel de Grey se iluminaron mientras descifraba las palabras clave: México, alianza, Texas.
—Lo tenemos —murmuró, entregando el mensaje al almirante William Hall—. Esto cambiará todo.
El almirante sonrió apenas. Sabía que no revelarían la interceptación de inmediato. Dejarían que los alemanes creyeran que su mensaje seguía seguro. Pero una vez que el telegrama llegara a manos del gobierno estadounidense, sabían que la neutralidad de Estados Unidos sería cosa del pasado
Y así fue. Las palabras escritas en Berlín viajaron medio mundo, solo para sellar el destino de los propios emisores. El telegrama Zimmermann fue un empujón entre otros que hizo entrar a Estados Unidos en la Gran Guerra, cambiando para siempre el curso del siglo XX.