El Cerro de las Campanas se iluminaba con los rayos matutinos. Era el 19 de junio de 1867, y el viento arrastraba el polvo y los murmullos de una ciudad que despertaba con el eco de la muerte inminente. Frente a él, la figura del Emperador Maximiliano se erguía, flanqueada por sus generales Miramón y Mejía, como una sombra alta y delgada en el amanecer. El soldado, cuyo nombre se perdería en la historia, sostuvo su arma con las manos temblorosas y sintió el peso del destino aplastarlo.
«¿Cómo fue que terminamos aquí?» Pensó, ajustando la bayoneta, mientras sus ojos se clavaban en la mirada tranquila del Emperador. Habían sido años de lucha y promesas: la restauración de un orden, la traición disfrazada de alianzas. El Imperio de Maximiliano, traído desde Europa se desmoronaba ante él. «¿Es este el fin que se merece?», se preguntó, mordiéndose los labios hasta sentir el sabor metálico de la sangre. En el rostro del Emperador no había odio ni rencor, sólo una melancolía serena que contrastaba con los gritos de «¡Viva la República!» que resonaban a lo lejos.
El soldado alzó su arma. Un sudor frío le recorrió la espalda. «Si aprieto el gatillo, será sólo una orden cumplida… pero también el eco de algo más grande que yo: el juicio de la historia». El tambor del pelotón sonó. El Emperador se despidió con un gesto digno, y el soldado sintió que disparaba no a un hombre, sino a una época. «Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!” . El estruendo cesó, la figura cayó lentamente, como su Imperio desplomándose en silencio.
El viento se llevó el humo y el soldado bajó el arma, consciente de que ese instante quedaría grabado, no en él, sino en la memoria de la historia no contada.
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Curiosidad: En ésta pintura de Manet, en un detalle significativo, los soldados que disparan a Maximiliano visten uniformes que se asemejan a los de las tropas francesas lo que se interpreta como una denuncia al intervencionismo de Francia en México y el posterior abandono del emperador Maximiliano. Manet coloca a los soldados casi como autómatas, enfatizando el carácter mecánico de las ejecuciones políticas y la falta de responsabilidad personal en estos actos.